miércoles, 2 de octubre de 2013

Espejito, espejito...


Quién se cree especial necesita un espejito mágico que cada maňana le diga que es la más bella de la casa, de la manzana, de la ciudad o del mundo entero. Romper los espejos es la habilidad que tienen aquellos que no saben lo especiales que son. (Creerse especial y sus consecuencias.)







"Un penique por lo que piensas" 

Rota I



En ocasiones me jode que las quemaduras que me dejan en el corazón no se perciban como las que deja el sol en la piel. Y no es que me guste enseñar mis heridas cuál mono de feria encerrado en su jaula, pero hay dolor invisible y mudo, y el mundo a veces está demasiado sordo.


"Es inútil perseguir al mundo. Nadie lo alcanzará" 

lunes, 5 de agosto de 2013

Demencias estropeadas.


Yo tenía un destino y me habían asignado una libertad.
Es una ironía divertida, pero tengo la voz rota y me cuesta hablar con soltura. Ya me imagináis.
Llevo ya unos años escondiéndome bajo un tinte pelirrojo tulipán y unos ojos que ya no me piden maquillaje.
Me he acostumbrado a mis propios suspiros y a quedarme sin aire y tener que saltar inconsciente para que un golpe vuelva a hacerme funcionar.
También al tabaco y al café, y como hacen el amor tan suciamente en mi boca hasta privarme de besar.
He perdido  a mi musa, a la que nunca conocí. Ahora sólo sé que está más lejos que nunca y sólo me queda de ella unas sencillas historias de adolescente que nadie lee.
¿Por qué huiría mi musa, si la adoraba como a ninguna?  Y ahora un papel en blanco me vence cada uno de todos los duelos a los que nos enfrentamos.
No sé escribir. Se me ha perdido con mi musa, allá dónde esté inspirando ahora.
Yo tenía un destino que decidí descartar. ¿No?
Mmm… esta voz rota es muy sensual en una noche de calor junto a la ventana.
Aún me duelen las ingles del tipo de mediodía, y tengo la marca de la boca del de anoche.
De uno aprendí que la vida no es un cuarto de basuras mugriento dónde rebuscar tu comida para sobrevivir, y de otro que no hay que disimular tanto una alegría que no existe.
Me quedo con esos polvos que son sólo “polvo en el viento” y sus enseñanzas que son huellas en mi destino, aún caminando.
He olvidado que el cigarro seguía encendido y está precioso vestido de delicadas cenizas que no durarán ni dos segundos antes de que una ráfaga de viento las haga desaparecer.
Soñadora, me dice mi subconsciente, eres una soñadora.
Tengo muchos sueños que cumplir y todos llevan tiempo, camino despacio porque de momento no tengo prisa. Me entretengo con obstáculos como la pereza, la falta de disponibilidad, el dinero (por muy materialista que suene, sin dinero no vas a ninguna parte),la  carrera y volver a enamorarme de alguien del que ya me enamoré.
Un corazón que late tan rápido y está cosido malamente después de resquebrajarse hace de su cuerpo una cárcel y de su alma una suicida.
Pero prefiero andar con un corazón desgarrado que con la ausencia de mi alma.
Al menos mi alma me escucha y podemos charlar de vez en cuando, aún teniendo el pecho vacío, seguiría siendo humana. 

jueves, 1 de agosto de 2013

Ella


Imaginaba lluvia. Decían que llover era algo triste. Pero aún me parece más triste la hierba pajiza en los campos y las rocas ardiendo bajo los pies. Nos habíamos quedado sin lluvia y sin las tazas calientes de café. El verano hace los cigarros aún más repulsivos y mirar por la ventana hasta pierde su encanto. La piel se me secaba y ni siquiera me maquillaba. Apenas me peinaba y no me importaba salir como un león una de las pocas tardes de compañía. ¿A quién intentaría impresionar peinada? Los hombres me dicen que estoy mucho más guapa con el pelo revuelto, pero claro, eso me lo dicen después de follar.
Sigo imaginando que llueve y que Ella está sentada en frente de mí, en la mesa de la esquina de la cafetería más cutre de la avenida. Me sonríe mientras yo miro ensimismada a la gente acalorada por la calle, con su piel brillante y sudorosa y sus gafas de sol, buscando desesperadamente unos centímetros de sombra dónde esconderse de una estrella de la que nunca nos hemos quedado sorprendidos.
Es curioso que los sujetos de ciudad siempre nos escandalicemos de que allí nunca podamos ver las estrellas, y que la que más brilla no la reconozcamos como tal. Acostumbrarse es llenarse de vacío y creer que existes, es morir.
Le doy vueltas al hielo medio deshecho en el café mientras en toda la cafetería suena ‘Stand by me’ de Oasis.
-¿Y esas ojeras? –me dice de repente.
-La vida no me deja dormir.
Y cuando levanto la vista, se desvanece. Justo en ese momento, una camarera se lleva las tazas de la mesa de al lado y me mira de reojo hasta que se va a toda prisa a la cocina.
-Cuando era pequeña creía que este mundo sería fácil –continúo explicándole aunque no haya dejado ni un pelo suyo en la mesa ni el calor de su cuerpo en el asiento –Que no me costaría cumplir con lo que me proponía. La vida me ha engañado, y ahora no me deja dormir.
La canción sigue sonando de fondo entre voces inteligibles y sonidos de platos y cubiertos chocando.
-¿Dónde estás? –me esfuerzo por mirarla a los ojos, pero solo veo una silla y un cuadro bastante feo de un bodegón a óleo –No soy la misma desde que te fuiste. Ni siquiera sé escribir, se me ha olvidado crear historias y tengo miedo hasta de mí. ¿Dónde estás ahora?
Morir es demasiado fácil. Me pongo a cantar por lo bajo en un tono lento una canción que ni siquiera sabía que recordaba, con una voz quebrada y poco entonada, observando el cubito de hielo reduciéndose a la vez que deformándose, aguando el resto del café en aquella taza que no tenía nada de especial.  El cabello demasiado encrespado me tapa casi toda la cara. Me sujeto la cabeza con ambas manos mientras derramo una lágrima muda que golpea el milimétrico cubito de hielo y resbala hasta perderse en esa crema amarga que he dejado abandonada en la mesa.  Morir es demasiado fácil, pero se me están acabando los intentos, y en mi mente rebota su pregunta: “¿Y esas ojeras?”, “¿Y esas ojeras?”…

Creo que perdí el alma hace un año. Se me cayó en una taza de café, en algún bar cutre de la ciudad. Tendré que ir a buscarla. El problema es que hace un año aborrecía el café.

martes, 30 de julio de 2013

(Sin título)

Decían que batirse en duelo era cosa de hombres. Yo nací con una espada y el pecho abierto, y mi rival no tenía espada pero tenía acorazada la sangre del cuerpo.

martes, 23 de julio de 2013

Madre


Vamos a crear voces sin hablar
Y vestidos sin alfileres
Vamos a beber por las orejas y oír por la boca
Vamos a abrazar raíces
Vamos a besar el mar
Y logar que las lágrimas asciendan a los ojos y que el cabello sea el único en romper la regla de la gravedad
Vamos a sacarnos el corazón para romper estómagos
Hoy sangramos cuando reímos
Vamos a jugar a que no hay dolor
Y la hierba húmeda se extienda alrededor de todo el planeta y no haya caminos marcados
Que nadie hable
Que solo haya miradas
Que nadie teja

Que hoy nosotros buscamos el camino

martes, 9 de julio de 2013

Cosechas

Ha pasado ya la época de cosechas de cicatrices,
Las cerezas están más amargas que nunca
Pestañear es el esfuerzo más inmenso
Y hoy, desde aquí arriba, los pies son muy pequeños



Me gusta que las voces se vayan apagando sin llegar al silencio
Y que llueva en verano en el momento justo en que el sudor me asalta
Las camas calientes y los inviernos igual de fríos.  
Lamerme el dedo índice cuando me mancho de chocolate
Y que me mires en ese preciso momento
Ha pasado ya la época en la que plantaba ilusiones
Porque solo recogía amor marchito y una piel radiante
Y así los ojos se volvieron enormes y los labios exitosos y deseados
Pero el pecho echó la cortina y formó barricadas

Ha pasado ya la época de cosechas de cicatrices


domingo, 19 de mayo de 2013

Pensamientos de nocturnidad III




Hablo al desafortunado hombre que acaba de perder el tren en el andén de enfrente sus catorce minutos de espera mientras a una aproximación de cincuenta personas nos impacienta un minuto por una desenfrenada lucha por apoderarse del primer lugar frente a las puertas. (Stop) A veces pienso en prosa poética. A veces no necesito pensar tanto como pienso. A veces necesito pensar antes de dar el paso. A veces... a veces notas una mano rondando tu culo entre la multitud. A veces te reservas dividir sus huevos en cuatro. -Oiga señora, no sujete tanto a su hijo que no le va a dar un infarto cerebral por tanta presión mental contenida en el vagón. Vagón. (Stop) Suena Scars- Elegion. La palabra vagón es preciosa. Metafórica o literal, si hablas de un vagón siempre será un símbolo del tipo de vida que has decidido llevar en tu camino a... (Stop). A veces digo demasiadas tonterías y el chico de los ojos verdes y la chaqueta de cuero se va a bajar con las ganas de saber si volverá a verme. Dejad de tener fe en la casualidad. Quizá sea yo la que me guarde la intriga de conocerle. Nah... Hay personas que no me interesan ni quiero que me interesen. (Stop) Es curioso que todos odiemos aquellos trayectos por el centro en que no necesitamos agarrarnos a nada porque todos nos sostenemos. Huimos de la estabilidad aunque somos inestables. Odiamos el apoyo y la firmeza (y la variedad de olores exóticos que emanan de los brazos en alto de señores que dicen haber tenido un día duro al entrar en casa). Odiamos el metro. (Stop) En el anterior transbordo me ha extrañado ver a una niña de unos ocho años entre tanto diecinueveañero borracho dando gritos, aún por Carabanchel. Iba sola y estaba un poco rellenita. Tenía unos rasgos latinos rasgados adorables y miraba a su alrededor admirando y temiendo cada palabra de los adultos, esos seres que deciden complicarse y a los que no les gusta jugar. Yo no sé qué dirían, en mis cascos sonaban AC/DC. De vez en cuando la miraba de reojo, y nunca me han gustado mucho los niños, pero seguía preguntándome que hacía esa criatura a la una de la mañana en el metro en los inicios de noche de fiestas. Y sin darme cuenta, me pisó y yo la miré. Se quedó asustada como si fuese algo terrible. Solo la sonreí sin decir nada. Quería escuchar la canción que estaba a punto de terminar. Parece que mi sonrisa le gustó, porque tardó poco en convertir su miedo en otra tierna sonrisa y un dulce gesto de vergüenza que me hizo reírme por lo bajo en la sordera de "You shook me all night long". Cuando me bajé del tren me arrepentí de no haberme despedido infantilmente con la mano de ella. Solo espero que, fuese a donde fuera, este metida en su cama. (Stop). Odio escribir en el móvil y quiero llegar ya a casa. Aún tengo los pies congelados y solo he dormido cinco horas en dos días. Y, aunque mi bello amor incondicional es mi cama y el sueño su cupido, últimamente no duermo mucho. Demasiados pensamientos estúpidos de nocturnidad. (Stop)Me resulta triste escribir para mí y publicarlo para que ni tres personas lo lean (conocidos o desconocidos). Esas tres (por decir un número bajo e impar que, siempre queda mejor) personas que hacen que mi mundo no se quede vacío, como ahora el vagón. (Stop) "Próxima estación: Pinar de Chamartín. Final de trayecto"

viernes, 10 de mayo de 2013

Hay dones que caducan y talentos que ya no impresionan a nadie.


Llamaba suspiro a cada uno de sus amores. Un día alguien le robó la respiración y desde entonces el aire dejó de ser aire y los pulmones solo le servían para ahogarse en la pena. (Microrelato)

viernes, 3 de mayo de 2013

La Danza de la Muerte



«-¿Qué significa eso?
-Es la danza de la Muerte.
-¿Esa es la Muerte?
-Y bailando se lleva a todos. A todos.
-¿Para qué pintas esas bobadas?
-Me parece que conviene advertir al pueblo que tiene que morir.
-No vas a hacerles muy felices. 
-¿Y por qué demonios hay que tratar siempre de alegrar a la gente? También conviene asustarla de vez en cuando.
-Cerrarán los ojos y no verán tus pinturas. 
-Descuida que las miraran. Una calavera resulta mucho más interesante que una doncella desnuda.
-Si tú les metes miedo...
-Reflexionan.
-¿Y si reflexionan...?
-Les entra mucho más miedo.
-Y se arrojan en los brazos de los curas. 
-Eso no es cuenta mía. 
-Tú te limitas a pintar tu danza. 
-Este es mi mural y que cada uno saque su consecuencia.
-Puede suponerte que muchos te reprocharán. 
-Y es natural. Siempre será desagradable el recuerdo de la muerte como dulce es la vida.» 

El séptimo sello - Ingmar Bergman

lunes, 22 de abril de 2013

Zorra



Tenía unos labios de hielo y un corazón en boxes. Era una criatura tóxica. Se fumaba los sentimientos y de su boca el humo era más mortal que el monoxido de carbono, todos podíamos verlo, olerlo y sentirlo. Todos sabíamos lo que significaba y aún así no huíamos. Esa mujer tenía escrito en su pecho izquierdo la palabra "veneno". Y todos nos esforzábamos por borrárselo con nuestra saliva, frotarlo con nuestras lenguas e incluso con nuestras más humildes y sinceras verdades cargadas de inocencia. Ella nos escupía el humo en la cara para matarnos con más rapidez. Sus besos eran cloroformo y sentía que mi alma abandonaba mi cuerpo cada vez que notaba su aliento. Era el ser mas tóxico con el que me crucé en mi corta vida. Dejaba un bosque de pollas duras cuando pasaba. Dejaba desbordantes pantanos en las bragas cuando volvía. No tenía distinciones ni prejuicios. Era una diosa. No se dejaba a ninguno. Todos la conocíamos, todos la odiábamos. Nos engañaba a cada uno con nuestra mentira más deseada. Era la perfecta idealización de nuestra realidad. Y por eso los entes creativos sufren infinitamente más que los demás. Por esa puta con tantos nombres, por esa puta Fantasía. 

miércoles, 10 de abril de 2013

"Próxima estación: Extinguiendo el olvido"



Otra página. El largo viaje que debo recorrer me ha hecho terminarme otro capítulo del libro. Lo único que no me gusta de leer en el metro es perderme las historias dibujadas en los rostros de la gente.  El otro día, al salir de clase, regresaba a casa apoyada en la barandilla, luchando porque mis ojos no se cerrasen. Entró un hombre en una estación, ni siquiera recuerdo cuál era. Algunas veces me encantaría ser invisible para observar a todas esas personas tan curiosas sin discreción, pero el hecho de no poder serlo lo hace más interesante y divertido. Lo que más me llamó la atención fue su cochambrosa gorra vieja ocultando una cabeza rapada y el piercing de la nariz, a juego con otro en la ceja junto a un segundo aro en la misma.  Llevaba unos vaqueros pesqueros y unas zapatillas que conjuntaban mugrientamente con su gorra. Los calcetines negros le subían hasta no quiero saber dónde y llevaba un cómic en la mano. Se sentó en frente de mí y echó un par de miradas a ambos lados del tren con un gesto como si masticara un chicle, pero luego descubrí que era una especie de tic que repetía cada vez que pasaba una página. Su larga perilla de raíces blancas y sus arrugas y andares encorvados me desvelaron a un hombre al que le perseguían los sesenta años. No pude evitar no fijarme poco a poco en cada uno de sus detalles, desde la forma de pasar las páginas hasta la sospechosa mancha de su chaqueta de cuero marrón. “Lo haré personaje de alguna de mis historias” pensé “este hombrecillo no me lo roba el olvido”. Me transmitía fuerza y vida. Me hubiese encantado escuchar su voz y alguna conversación interesante ajena a mí, ser una mosca y perseguirle en su vida durante un día. Pero no tardó ni cinco minutos en ponerse en pie, cerrar el cómic y sacudirse la chaqueta que se le había quedado arrugada por las axilas. Volvió a mirar de un lado a otro y salió por la puerta como un duende con la cabeza hundida en unos hombros que caminaban más que sus piernas. Sonreí sin darme cuenta.
Detuve mi lectura cuando por encima de la primera línea de la cuarta hoja del tercer capítulo vi unos pies familiares.  Levanté la vista y me topé con sus ojos retirándose de mí nerviosos. Pasó por delante de mí y se apoyó en la pared de enfrente, donde lo hace siempre. Todas las mañanas el mismo recorrido, a la misma hora, al mismo lugar.  Es lo único que tenemos en común. Sé su nombre y es más cercano a mí de lo que antes creía, pero sólo me conozco su ropa diaria y sus gestos en soledad de ida y regreso al instituto. He mentido, lo que compartimos más íntimamente son las miradas. Me siento observada cuando finjo abandonar el mundo real o cuando me hago la distraída mirando mi zapatilla izquierda, y justo cuando me dispongo a mirarle me estampo contra sus ojos. Si la química que todos creamos en un viaje de metro fuera una bomba nuclear, la Tierra ya habría desaparecido. Sí, ese tío me llama la atención y adoro compartir los viajes en metro con él, pero nunca sería capaz de acercarme más. Es lo bonito de estos trayectos, que no hay palabras.
Alguna vez en mi vida madrugaré para tirarme el día viajando el metro, no quiero ni imaginarme todo lo que puedo encontrarme. Además sería una gran distracción para no odiar al mundo. Cada vez pienso más que mi problema está en conocer a la gente. Soy feliz con alguien hasta que le conozco. Por eso me gusta fijarme en cada individuo del vagón y asignarle una historia que combine con la canción que se reproduce por mis cascos.
Y cómo toda historias, siempre hay un lado triste. Y es que no volvemos a encontrarnos con ninguna de esas personas que nos llaman la atención. En algún momento desaparecen. Por eso yo me dedico a guardarles en historias. Puede que ellos, sin darse cuenta, te den algún tipo de lección que tú mismo has creado. Piénsalo. 

domingo, 7 de abril de 2013

Pensamientos de Nocturnidad II



Las urracas no saben cantar. 
Eso pensaba ella desde su ventana, apartando hacia un lado los visillos de encaje fingido. 
Era una chica tan triste tan triste tan triste que había roto su sonrisa para no dejar de llorar.
Y tenía la sonrisa más hermosa que la misma luna. Luna nueva permanente.
Y tenía los dedos rotos de apenas moverlos. Y los labios secos por perder la costumbre a besar. 
Y era más bonita que la misma noche. Vestida de estrellas hasta cuando salía el sol.
Ser preciosa era todo lo que tenía pero nunca supo amar.
Y dormía con los ojos abiertos, de noche y de día, para no olvidarse de respirar.
Pues se le escapaba la muerte por los dedos rotos, y la vida por la ventana arropada de visillos.
Y todos la besaban. Pero ella no movía sus labios. Se le había olvidado besar.
Y los árboles no crecían y las nubes desaparecían y el río enmudecía.
Y ella rota entera, de los dedos a los labios y de los ojos a los tobillos se cansaba de llorar.
Pero la luna seguía ausente y la sonrisa rota en la mesa de noche, acariciada por los visillos y las lágrimas de los ojos de espejos de galaxias. 
Y se miraba las manos, a veces. Y nunca las pudo mover. Porque nunca la supieron amar.
Y alguien dijo "A amar también se aprende".
Pero ella no tenía con qué pagar, porque todo lo que poseía estaba roto.
Y su alma siguió con ella, incluso cuando los huesos rotos se veían. 
Atrapada a la ventana de los visillos de encaje fingido.
Mirando las galaxias y a las urracas
 que aprendieron a cantar.


«(…)Luego recostó la cabeza en el espaldar del mecedor y volvió a cerrar los ojos.
-Cuando despierte –dijo –recuérdame que voy a casarme con ella.»
Crónica de una muerte anunciada, Gabriel García Márquez

lunes, 1 de abril de 2013

Tres clavos

Abril y su entrada triunfal. Y yo sin bragas por la calle, notando la fría lluvia en mi entrepierna armonizada con otro tipo de humedad más cálida. Ni siquiera dio tiempo a intercambiar nuestro típico saludo cortés cuando te dejé mi tanga de encaje en la mano. Tampoco faltaron ganas de empotrarme contra la pared y rebuscar verdades bajo mi falda, verdades que me repito después de sentirte sobre mí, inmovilizada mientras entras y sales hasta el fondo y mi boca se vuelve desierto entre gemidos. Verdades que me dejan durante tres días medio ortopédica, y durante horas con tu sabor en mi boca. Verdades que llevo arrastrando muchos meses y que no son más que tres clavos que se repiten en la yaga cuando comienza a cicatrizar. Tres. Y cada noche que huyo a mi cama para dar el merecido descanso a mi cuerpo pienso en cuanto tiempo llevo sin escuchar una sola palabra sincera desde el corazón,  sin ningún tipo de intención sexual. O por qué cuando por fin brota una boca capaz de hacerlo el viento se lleva consigo esas pocas palabras. Son verdades como tres clavos, como tres bocas y una sola que deseo y no para complacer mi celo, si no para curar las heridas que me dejé en mi cruz.

martes, 26 de marzo de 2013

Erin



Erin siempre
 ha tenido una voz tierna pero a la vez seca y rota. Desde que vino aquí, su melodía al hablar nos resultaba tan amarga como dulce. Tan tierna como su sonrisa y tan rota como sus ojos.
-Ali –escucho mi nombre quebrantado y, extrañamente, largo. Erin me tira de la camisa para llamar mi atención. Sus labios carnosos y oscuros forman una gruesa línea recta que junto a sus ojos apagados no pueden guardar nada bueno.
-Dime, cielo.
-¿Tú eres blanca?
Ni siquiera puedo describir como reaccioné. Me quedé muda. Tampoco me pareció una pregunta que escapase de la lógica viniendo de una niña como ella, pero era una cuestión tan fría y fulminante…
-Sí, amor.
-¿Por qué yo no?
Me fijé en que una de sus dos coletitas rizadas estaba deshecha y desaté el lazo azul celeste para rehacer su peinado.
-Porque tu mamá tampoco lo es. Ni tu papá.
-Pero, ¿por qué no todos somos blancos?
Terminé y me agaché a la altura de su mirada para tomarla de los hombros. Recorrí con mis ojos desde su cabello hasta la punta de sus dedos, sus pies descalzos sobre las baldosas, sus piernas cubiertas hasta las rodillas por un sencillo vestido azul pastel, veraniego y fresco, con lazos celestes.
-Porque en el mundo hay distintas razas desde hace mucho, mucho, mucho tiempo.
-¿Dios nos creó así?
Suspiré.
-Sí.
-Él debería haber sabido que si hubiésemos sido todos blancos todo habría salido mejor.
Se dio la vuelta y caminó con rapidez hacia la puerta, alcanzó el picaporte, todo ello con una tranquilidad y lentitud que no sabía si era señal de que debía preocuparme. ¿Qué tenía esa niña de nueve años en la cabeza? Me quedé arrodillada sobre mis piernas, mirando la puerta, esperando que volviese a abrirse y que alguien me sacara de mis horribles pensamientos. ¿Qué podrían haberle contado a Erin que le hiciese creer que lo correcto es ser todos iguales? ¿Ser todos blancos? ¿Y quién le habría podido meter esa idea en la cabeza? Me miré las manos automáticamente, viendo en ellas reflejado su pensamiento. Si pudiera ver y entender que no es tan complicado como ella cree…
Comencé a trabajar en este centro de ayuda a los diecisiete años. Anteriormente, cada vez que volvía a casa en el metro, después del instituto, solía encontrarme con un hombre cuarentón y grande que se subía siempre a la misma hora y en el mismo vagón de la misma estación. Resultaba curioso como cada día era una persona distinta la que le ayudaba a entrar, agarrándole de su brazo y guiándole hacia un asiento libre. Lunes, una pequeña mujer de cabello encrespado caminaba susurrándole con una sonrisa contagiosa, sin soltarle de la mano. El hombre, con sus gafas de sol, daba delicados toquecitos a su alrededor, procurando no tropezar ni molestar a nadie. Martes, un joven adolescente, somnoliento y bostezando le avisa del hueco entre el vagón y el andén. Miércoles, una mujer rubia y alta agarra con una mano a su hija y con la otra al hombre. Me extrañaba que no guardase una sonrisa para cada una de esas personas, agradeciendo su amabilidad. Nunca le vi sonreír. Un viernes, otro señor algo mayor, le apretaba fuerte de la muñeca, el hombre ciego me dio unos toquecitos en las rodillas hasta darse cuenta de que mi asiento estaba ocupado. Dudé, atontada observando el bastón golpeándome las piernas, pero, por un impulso que me dejó la voz quebrada, me levanté y le ayudé a sentarse.
-Gracias –dijo, con la vista al frente y la mirada oculta. Pero sonrió. Tardé en reaccionar, pues su primera sonrisa, desconocida durante meses, me cautivó. Le apreté suavemente la mano un segundo y llegó mi parada. El tren se detuvo y las puertas se abrieron.
-De nada –y salí del vagón, satisfecha conmigo misma, y orgullosa de haber sido la única en recibir tan bella sonrisa en tanto tiempo.
Supongo que fue eso lo que me hizo acercarme al centro de ayuda con discapacidad visual. Me llamó ese alivio, esa alegría al recibir las gracias de alguien que sabe más que la mayoría de nosotros lo que es valorar una ayuda. Nadie como ellos valora tanto los mínimos detalles. Las injusticias tienen algo bueno, y es que la mayoría de las veces, las personas que las sufren saben lo que realmente importa, lo que es necesario. A mí, sin embargo, saben hacerme conformar con una sonrisa.
Cinco años después, aquel lugar era mi segundo hogar, parte de mi familia. Recuerdo cómo me costó adaptarme, más incluso que algunas de las personas que acudían en busca de ayuda. Nunca olvidaré ciertas palabras de ellos, su forma de pensar. En ocasiones, te hablaban y te contaban cómo se sentían. El deseo de poder ver el color de mis ojos, la expresión de mi boca al hablar o la luz de la lámpara de al lado. Pequeños detalles que para nosotros son inapreciables, pero para ellos un mundo imposible de conocer.

-Las nubes son blancas, ¿no? –Erin dejó de acariciar una tabla de braille, apoyándola sobre la mesa. Los demás niños ya habían decidido recoger y charlar un poco con sus respectivos profesores antes de que sus familiares les fueran a buscar.
-Sí -Llovía. De vez en cuando, algún relámpago iluminaba el cielo seguido de un estruendo que hacía vibrar los ventanales –Ahora están grises porque hay tormenta. Casi negras.
-¿Es malo?
-¿Cómo que si es malo?
-Si las nubes estuvieran blancas no llovería ni habría tormenta. No sonarían esos ruidos tan fuertes.
-¿Qué quieres decir?
-Que son mejores las nubes blancas.
Erin tenía la idea de que el color blanco era mejor que el negro. Y no solo respecto a las personas, también a todo lo demás. Cada vez que preguntaba si una cosa era negra o blanca, si era la primera, reaccionaba negativamente y lo evitaba, como si fuese peligroso. La tomé de las manos y se las noté heladas.
-Es bonito ver llover. Si siempre hubiese nubes blancas sería aburrido. Además, si no lloviese, no tendríamos agua y necesitamos agua para vivir –hice una pausa para observarla, reflexionando –Por lo tanto, es mejor cuando las nubes son grises, casi negras.
Acaricié su precioso rostro oscuro y le retiré el cabello de la cara. Erin se quedó callada un largo rato. La sala se había quedado vacía y en las perchas solo quedaba su abrigo rosado. Escampó un poco, pero el sol no se atrevía a salir.
-El otro día, mamá me llevó al banco. Hablaba con un señor hasta ponerse agresiva. Ella me sentó en una especie de silla muy dura y me pidió que esperase y que por nada del mundo me moviese de allí. Era un lugar grande, las voces de las personas rebotaban en eco por todos lados, había gente que tosía y se aclaraba la garganta, sonidos de tacones y el pasar de las hojas del periódico. Me asusté. Mamá me dejó allí y poco a poco sentí como la estancia se acaloraba y la gente me rozaba los hombros. La voz de un hombre resonó en mi cabeza. Exigía con malas maneras a alguien que se levantase. Esa otra persona no dijo nada, pero escuché una especie de gemidos graves. El primer hombre le llamó cosas feas, muy feas, que no me atrevería a repetir. Me asusté cuando le dijo…
No se había detenido en ningún momento hasta ese.
-¿Qué le dijo, Erin?
-Le dijo “negro de mierda”.
Supongo que escuchar esas palabras de unos labios tan inocentes como los suyos provocaría en cualquiera lo mismo que provocó en mí. Siempre he sido una mujer tranquila, que sabe cuando enfadarse y, cuando lo hago, no muestro agresividad, pero esa vez, lo único que quería era encontrar al hombre que dijo esas palabras delante de ella y…
-Por eso… Siempre somos nosotros.
-¿Vosotros?
-Los negros. Nunca he entendido la diferencia. Sólo sé que no somos tan buenos como vosotros, y nunca podremos serlo. Cuando te toco, intento encontrar algo que te diferencie de mí, pero no doy con nada que me delate como algo peor. No soy capaz de comprenderlo, pero lo sé y lo acepto. Ese hombre no es el único que piensa que somos inferiores. Sé que nos han odiado, maltratado, utilizado, marginado… Sólo porque somos del mismo color de las nubes, aquellas que nos dan agua para vivir. Pero aún así es malo. Quizás seáis más bonitos que nosotros y no haya más. Pero como no puedo verlo, no consigo entender.
-Erin –la abracé –Hay gente muy mala, tanto blancos como negros. Hay malas personas y buenas personas. Todo está aquí –le di un toquecito en su sien y después en su pecho –y aquí. Tú eres una bellísima personita, inteligente y de buen corazón. Y lo único que odio es que no puedas mirarte al espejo para darte cuenta que eres tan bonita o incluso más que los demás niños. Erin, tú eres una nube oscura que a mí me da agua para vivir. A mí, a tu mamá, a tu papá, a tus amigos… Alégrate por no ver las diferencias de nuestras pieles, que a muchos suponen un problema. Míranos por lo que somos, por nuestras voces y nuestro cariño.
-Entonces, ¿puedo ser tan buena como tú?
Reí al verla sonreír, resaltando sus dientes blancos.
-Incluso mejor que yo.

Hoy en día, sigo viéndome con Erin, ya una muchacha que se dedica a dar charlas motivadoras, y quién me iba a decir a mí, al teatro. Vive olvidando aquellas horribles ideas, creando su propia sociedad libre en la que convive junto a los demás como ella en armonía y con iguales posibilidades. Eso me dijo ella a los quince años, tras leer a Nelson Mandela. Cada vez que la veo, con esa radiante sonrisa, me enorgullezco de haber pasado junto a ella su infancia. Sé que sería distinta si no hubiese estado con ella. Y yo no habría logrado mi total plenitud. Cuando era pequeña, escuché una frase de Martín Luter King que decía “Si ayudo a una sola persona a tener esperanza, sabré que no habré vivido en vano”. Cada vez que la recuerdo es Erin quién acude a mis pensamientos. Ella tuvo esperanza en un mundo al que temía, un mundo lleno de oscuridad, en el que no veía luz. Pero de esa manera, ha sabido encontrarse a sí misma. Ella es ciega, ella tiene otros rasgos, otro color de piel, pero nada de ello ha sido un obstáculo para dar con su felicidad.  

Este es uno de mis relatos que quedan abandonados entre páginas y desechado por concursos. 

lunes, 18 de marzo de 2013

Ocaso hasta el amanecer





(…)
-¿Cuántos atardeceres has visto?
-…
-Cuántos.
-Muchos. Bueno, realmente no me he detenido a observarlos, pero…
-Pues obsérvalos.
-Tengo cosas más importantes que hacer.
-Vaya respuesta.
-…
-¿Y amaneceres?
-No lo sé. Menos… No me gusta madrugar, ya lo sabes, y si lo hago es porque tengo prisa y la verdad, no voy a sentarme en el balcón a ver amanecer.
-Pues te voy a proponer que te sientes a mi lado y en silencio observes como desaparece el sol.
-Pero…
-Shh… calla. Y mañana vas a despertarte pronto para ver amanecer.
-¿Pero qué pasa? ¿Me pierdo algo al no ver cada amanecer y cada atardecer?
-Te pierdes el principio… y también te pierdes el final.
-¿Y qué?
-Sólo piensas en el transcurso del día, pendiente en lo que tienes que hacer, pendiente de no perder el tiempo… pero, ¿qué es perder el tiempo? Para ti es contemplar el alba, para mí es charlar con el director de esa empresa que se ha interesado en ti. Para ti es admirar la puesta de sol, para mi tirarse cinco horas en una oficina estresante, un despacho en el que lo único que hay es papeles que no dicen nada… Y sin embargo, un rayo de sol puede decir todo.  Un rayo de sol por la mañana crece cual niño, se extiende por el césped tiñéndolo de un verde vivaz y dorado, alumbra las calles y las farolas se apagan, penetra por las ventanas y los párpados de miles de personas se abren dando la bienvenida a un nuevo día…
-Oye…
-¡No! Porque cuando ha llegado la hora, que a veces es antes, a veces más tarde, esos rayos se encogen, dejan de alumbrar, desaparecen, retornan al sol, dejan la ciudad al amparo de las sombras y, finalmente, el último rayo de luz muere, y el sol se lleva consigo todos aquellos que durante el día nos han guiado, nos han dado vida, nos han permitido sentarnos en el campo y mirar las formas de las nubes, nos han dejado coger la bici y pasear por el parque, nos ha dado permiso de asomarnos a la ventana y enseñarle nuestra sonrisa al mundo, pero… ¿sabes qué? Nada dura para siempre, todo tiene un fin, como al igual tiene un origen y yo trato de disfrutar el día de principio a final.
-¿Cuánto dura un atardecer?
-Depende de cuánto quieres que dure.
-Acaba de anochecer.
-Lo sé.
-Me hubiese gustado que hubiese durado más.
-Eso quiere decir que has tenido un buen final.


domingo, 10 de marzo de 2013

«Y tallamos nuestros nombres en los árboles…



Aunque tus ojos estén cerrados por años, seguirás viendo todo aquello que ya viste. Un incendio de mariposas revoloteando al sol sobre altas hierbas verdes y húmedas, reciente lluvia que cubrió las praderas horas antes para después arrastrar las nubes a las montañas. No hay graznidos de cuervos, si no melodías de pequeños petirrojos adornando mañanas junto al canto del agua correr por el riachuelo. No hay más que cielo y horizonte, ninguno más eterno que el otro. Ni el cuervo debe ser despreciado ni el petirrojo debe ser premiado con tanto prestigio.  

«Y tallamos nuestros nombres en los árboles


jueves, 7 de marzo de 2013

Veneno Onírico


Eh, escúchame un poco



Soy un veneno. Cuando despiertas soy el color rojo de mi pelo al contraste de las sábanas blancas, esas sábanas que huelen a nosotros, una fragancia que solo nosotros podemos conseguir. Cuando me miras soy ternura al despertar más caricias de tus dedos. No hay respuestas más que un simple parpadeo lento, el aleteo de una mariposa ralentizada, el canto de una ninfa aullando socorro en el bosque. No hay orden, las filas de palabras que nos ahorramos por no traicionarnos, las líneas que sobrepasamos cuando dejamos de ser nosotros, el sol que se atreve a colarse al dormitorio a robarme el sueño, o las olas osadas que se dedican a raptar las huellas de la orilla. Soy todo eso cuando me miras aún soñando. Soy parte de tu sueño en este mundo onírico que sólo yo sé fabricar. Por eso te quedas conmigo cada noche. Porque soy veneno onírico, veneno onírico para todos. ¿Y sabéis qué? No hay cura.  









¿Lo notas? Estoy empezando a hacer efecto. 


domingo, 10 de febrero de 2013


El hambre voraz que nace del sexo.

Punto

Yo hago el amor con el mundo, con las voces, con el piano, con un lápiz, con las películas, con los teatros, con los directos de jazz, con el danzar de una bailarina, con el papel grumoso de las acuarelas, con el agua y con el sol, con la luna  y la tormenta, con el violín y la lluvia, con las  historias viejas, con las historias nuevas, con las sonrisas y los llantos, hago el amor con un libro, con el chocolate caliente, con un cigarro, con una frase corta, con un vestido de época, con los cuadros de Dalí, con el café después de comer,  con el olor a cuero, con la Iglesia de Santa Sofía, con incienso, con dos simples gestos, con un cruzar de piernas y un parpadeo lento… ¿y con los hombres? Naah… yo a los hombres me los follo.”

miércoles, 9 de enero de 2013

Como...



Como silvar a los árboles
Como inundar una vela
Como hacer arder el mar
Como cuando te dicen “Quiero besarte”
Como cuando le besas
Como cuando al sol el cabello se convierte en amapolas
Como robar tabaco a los tíos que te follas
Como reír a carcajadas mudas, como una escena de Hollywood
Como una playa  de carreteras, y una ciudad llena de tiburones
Como ese pezón duro que se muere por ser pellizcado con fuerza
Como esa escena en “El último Boy Scout” en la que Bruce Willis destaca en su guión
“El agua moja, el cielo azul, las mujeres tienen secretos…”
Como desnudarse frente a la ventana en el piso más alto de un rascacielos, donde nadie puede verte pero tú puedes verlo todo. Y desnuda
Como llorar y quedarte sin lágrimas, o reír sin sonreír
Como sangrar bajo la piel
Como Jon Bon Jovi y su sonrisa, la más maravillosa del rock
Como cuando tienes el corazón herido y tu coño ardiendo
Como cuando el amor tenía sentido
Como sentir cada mundo colgando de las yemas de mis dedos
Como empequeñecer uno de esos mundos hasta que entra en mi escote
Como cuando me agarras los pechos y los aprietas mientras gimo de placer
Como cuando es mediodía y no hay sol en el cielo
Como romperme las medias después de un mordisco en la ingle y crear una infinita carrera a lo largo de la pierna
Como guardar aquellas medias para siempre en  una caja de madera
Como cuando la bruma flota sobre el mar
Como gritarle al cielo que a qué se debe esta estúpida sonrisa
Como meterte su polla en la boca y tragarte la arcada hasta el fondo
Como sentirte profunda, en todos los sentidos
Como cuando se me sale la sonrisa por los ojos
Como el momento en que acaricio una piel infectada de errores
Como cuando follar frente al espejo es algo que me carga de excitación
Como cuando el café y el cigarro después de comer son tus mejores amigos
Como cuando te olvidas del mundo cuando no debes
Como cuando quise que fueses mi ángel hasta que supe que los ángeles no tenían sexo, y entonces te quise más terrenal que a nadie
Como vivir, porque de nada sirve quejarse en este mundo de locos.

sábado, 5 de enero de 2013

Puertas


Es triste. Tan triste como soplar y no saber donde acabará aquel soplido. Como tirarse de un edificio convencido de que puedes volar. Pero no. En estos tiempos los sueños están por debajo del dinero y la tecnología. 
Pasar el rato antes era sentarse sobre el césped bajo un árbol, con un libro abierto en los muslos respirando el aire puro de la montaña, escuchando los pajarillos madrugadores y ver a lo lejos los ciervos que se cobijan en las sombras. Antes, pasar el rato era asistir a una sala de jazz y ver a ese enorme y grandioso grupo que provocaba orgasmos a través del tímpano. Antes pasar el rato era pasear en una balsa por el lago o colarse en un velero mar adentro. Antes sabíamos disfrutar. Estoy empezando a pensar, pesimista de mí, que si el 2012 hubiese acabado con nosotros habría hecho un favor al universo. 
Deja el móvil. Si recopilásemos los diez minutos, que a ti te parecen dos, que esperas mirando cada contacto, esperando una nueva conversación, esto unas cuatro veces al día, más otros 10 minutos observando aplicaciones, media hora jugando a un juego e innumerables horas chateando con ese chico al que viste el día anterior se te ha ido un año entero dedicado a las nuevas tecnologías. 
¿Y sabes lo más curioso? Que luego eres tú el que te lamentas por perder el tiempo y no estabilizar tu vida, si te has pasado semanas enganchado a un juego online. 
Antes, a chicas de mi edad nos decían que teníamos que buscarnos un marido con dinero y estabilidad. Luego los cuentos nos engañaban con aquello de "el amor no tiene condiciones". No os engañéis chicos, pero somos muchas las que buscamos un hombre que tenga claro lo que quiere, y no por nuestro futuro, si no por el suyo. 
Sinceramente, no quiero pasar mi vida con un hombre que esté día tras día lamentándose de no haber cumplido lo que se propuso. Quiero un marido orgulloso de su vida. No rico. ¿Qué importa estar en la ruina siempre y cuando sea tu sueño el que te lleve siempre de la mano?

Es triste, tan triste como tirarse de un edificio convencido de que puedes volar.
La vida se mide en pasos. Y tú te has sentado frente al ordenador, desperdiciando cinco años de tu juventud en redes sociales, juegos y ocio inútil. 
Si no tienes dinero para ir a un directo de jazz, para montar en velero o viajar a los Andes, proponte conseguirlo, porque sentado en tu silla no presionarás al cielo a que deje llover dinero. Por cada paso que das, se abre una puerta, y otra, y otra, y eres tú el que decide pasar de largo o atreverse. Cada puerta es un futuro. La silla es otro. Pero cuando quieras levantarte las puertas se habrán cerrado. 
Es triste como observar un barco en un cuadro queriendo navegar, o como admirar el mismo cuadro queriendo aprender a dibujar sin atreverse. 
Es triste salir a la calle y tener presente que ni la mitad de los jóvenes sin un futuro fijo están sentados en su silla. 
Aunque por mí, quedaos sentados, más puertas para mí.