lunes, 5 de agosto de 2013

Demencias estropeadas.


Yo tenía un destino y me habían asignado una libertad.
Es una ironía divertida, pero tengo la voz rota y me cuesta hablar con soltura. Ya me imagináis.
Llevo ya unos años escondiéndome bajo un tinte pelirrojo tulipán y unos ojos que ya no me piden maquillaje.
Me he acostumbrado a mis propios suspiros y a quedarme sin aire y tener que saltar inconsciente para que un golpe vuelva a hacerme funcionar.
También al tabaco y al café, y como hacen el amor tan suciamente en mi boca hasta privarme de besar.
He perdido  a mi musa, a la que nunca conocí. Ahora sólo sé que está más lejos que nunca y sólo me queda de ella unas sencillas historias de adolescente que nadie lee.
¿Por qué huiría mi musa, si la adoraba como a ninguna?  Y ahora un papel en blanco me vence cada uno de todos los duelos a los que nos enfrentamos.
No sé escribir. Se me ha perdido con mi musa, allá dónde esté inspirando ahora.
Yo tenía un destino que decidí descartar. ¿No?
Mmm… esta voz rota es muy sensual en una noche de calor junto a la ventana.
Aún me duelen las ingles del tipo de mediodía, y tengo la marca de la boca del de anoche.
De uno aprendí que la vida no es un cuarto de basuras mugriento dónde rebuscar tu comida para sobrevivir, y de otro que no hay que disimular tanto una alegría que no existe.
Me quedo con esos polvos que son sólo “polvo en el viento” y sus enseñanzas que son huellas en mi destino, aún caminando.
He olvidado que el cigarro seguía encendido y está precioso vestido de delicadas cenizas que no durarán ni dos segundos antes de que una ráfaga de viento las haga desaparecer.
Soñadora, me dice mi subconsciente, eres una soñadora.
Tengo muchos sueños que cumplir y todos llevan tiempo, camino despacio porque de momento no tengo prisa. Me entretengo con obstáculos como la pereza, la falta de disponibilidad, el dinero (por muy materialista que suene, sin dinero no vas a ninguna parte),la  carrera y volver a enamorarme de alguien del que ya me enamoré.
Un corazón que late tan rápido y está cosido malamente después de resquebrajarse hace de su cuerpo una cárcel y de su alma una suicida.
Pero prefiero andar con un corazón desgarrado que con la ausencia de mi alma.
Al menos mi alma me escucha y podemos charlar de vez en cuando, aún teniendo el pecho vacío, seguiría siendo humana. 

jueves, 1 de agosto de 2013

Ella


Imaginaba lluvia. Decían que llover era algo triste. Pero aún me parece más triste la hierba pajiza en los campos y las rocas ardiendo bajo los pies. Nos habíamos quedado sin lluvia y sin las tazas calientes de café. El verano hace los cigarros aún más repulsivos y mirar por la ventana hasta pierde su encanto. La piel se me secaba y ni siquiera me maquillaba. Apenas me peinaba y no me importaba salir como un león una de las pocas tardes de compañía. ¿A quién intentaría impresionar peinada? Los hombres me dicen que estoy mucho más guapa con el pelo revuelto, pero claro, eso me lo dicen después de follar.
Sigo imaginando que llueve y que Ella está sentada en frente de mí, en la mesa de la esquina de la cafetería más cutre de la avenida. Me sonríe mientras yo miro ensimismada a la gente acalorada por la calle, con su piel brillante y sudorosa y sus gafas de sol, buscando desesperadamente unos centímetros de sombra dónde esconderse de una estrella de la que nunca nos hemos quedado sorprendidos.
Es curioso que los sujetos de ciudad siempre nos escandalicemos de que allí nunca podamos ver las estrellas, y que la que más brilla no la reconozcamos como tal. Acostumbrarse es llenarse de vacío y creer que existes, es morir.
Le doy vueltas al hielo medio deshecho en el café mientras en toda la cafetería suena ‘Stand by me’ de Oasis.
-¿Y esas ojeras? –me dice de repente.
-La vida no me deja dormir.
Y cuando levanto la vista, se desvanece. Justo en ese momento, una camarera se lleva las tazas de la mesa de al lado y me mira de reojo hasta que se va a toda prisa a la cocina.
-Cuando era pequeña creía que este mundo sería fácil –continúo explicándole aunque no haya dejado ni un pelo suyo en la mesa ni el calor de su cuerpo en el asiento –Que no me costaría cumplir con lo que me proponía. La vida me ha engañado, y ahora no me deja dormir.
La canción sigue sonando de fondo entre voces inteligibles y sonidos de platos y cubiertos chocando.
-¿Dónde estás? –me esfuerzo por mirarla a los ojos, pero solo veo una silla y un cuadro bastante feo de un bodegón a óleo –No soy la misma desde que te fuiste. Ni siquiera sé escribir, se me ha olvidado crear historias y tengo miedo hasta de mí. ¿Dónde estás ahora?
Morir es demasiado fácil. Me pongo a cantar por lo bajo en un tono lento una canción que ni siquiera sabía que recordaba, con una voz quebrada y poco entonada, observando el cubito de hielo reduciéndose a la vez que deformándose, aguando el resto del café en aquella taza que no tenía nada de especial.  El cabello demasiado encrespado me tapa casi toda la cara. Me sujeto la cabeza con ambas manos mientras derramo una lágrima muda que golpea el milimétrico cubito de hielo y resbala hasta perderse en esa crema amarga que he dejado abandonada en la mesa.  Morir es demasiado fácil, pero se me están acabando los intentos, y en mi mente rebota su pregunta: “¿Y esas ojeras?”, “¿Y esas ojeras?”…

Creo que perdí el alma hace un año. Se me cayó en una taza de café, en algún bar cutre de la ciudad. Tendré que ir a buscarla. El problema es que hace un año aborrecía el café.