jueves, 1 de agosto de 2013

Ella


Imaginaba lluvia. Decían que llover era algo triste. Pero aún me parece más triste la hierba pajiza en los campos y las rocas ardiendo bajo los pies. Nos habíamos quedado sin lluvia y sin las tazas calientes de café. El verano hace los cigarros aún más repulsivos y mirar por la ventana hasta pierde su encanto. La piel se me secaba y ni siquiera me maquillaba. Apenas me peinaba y no me importaba salir como un león una de las pocas tardes de compañía. ¿A quién intentaría impresionar peinada? Los hombres me dicen que estoy mucho más guapa con el pelo revuelto, pero claro, eso me lo dicen después de follar.
Sigo imaginando que llueve y que Ella está sentada en frente de mí, en la mesa de la esquina de la cafetería más cutre de la avenida. Me sonríe mientras yo miro ensimismada a la gente acalorada por la calle, con su piel brillante y sudorosa y sus gafas de sol, buscando desesperadamente unos centímetros de sombra dónde esconderse de una estrella de la que nunca nos hemos quedado sorprendidos.
Es curioso que los sujetos de ciudad siempre nos escandalicemos de que allí nunca podamos ver las estrellas, y que la que más brilla no la reconozcamos como tal. Acostumbrarse es llenarse de vacío y creer que existes, es morir.
Le doy vueltas al hielo medio deshecho en el café mientras en toda la cafetería suena ‘Stand by me’ de Oasis.
-¿Y esas ojeras? –me dice de repente.
-La vida no me deja dormir.
Y cuando levanto la vista, se desvanece. Justo en ese momento, una camarera se lleva las tazas de la mesa de al lado y me mira de reojo hasta que se va a toda prisa a la cocina.
-Cuando era pequeña creía que este mundo sería fácil –continúo explicándole aunque no haya dejado ni un pelo suyo en la mesa ni el calor de su cuerpo en el asiento –Que no me costaría cumplir con lo que me proponía. La vida me ha engañado, y ahora no me deja dormir.
La canción sigue sonando de fondo entre voces inteligibles y sonidos de platos y cubiertos chocando.
-¿Dónde estás? –me esfuerzo por mirarla a los ojos, pero solo veo una silla y un cuadro bastante feo de un bodegón a óleo –No soy la misma desde que te fuiste. Ni siquiera sé escribir, se me ha olvidado crear historias y tengo miedo hasta de mí. ¿Dónde estás ahora?
Morir es demasiado fácil. Me pongo a cantar por lo bajo en un tono lento una canción que ni siquiera sabía que recordaba, con una voz quebrada y poco entonada, observando el cubito de hielo reduciéndose a la vez que deformándose, aguando el resto del café en aquella taza que no tenía nada de especial.  El cabello demasiado encrespado me tapa casi toda la cara. Me sujeto la cabeza con ambas manos mientras derramo una lágrima muda que golpea el milimétrico cubito de hielo y resbala hasta perderse en esa crema amarga que he dejado abandonada en la mesa.  Morir es demasiado fácil, pero se me están acabando los intentos, y en mi mente rebota su pregunta: “¿Y esas ojeras?”, “¿Y esas ojeras?”…

Creo que perdí el alma hace un año. Se me cayó en una taza de café, en algún bar cutre de la ciudad. Tendré que ir a buscarla. El problema es que hace un año aborrecía el café.

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