lunes, 26 de noviembre de 2012

No te apagues.


Sombras en la nieve blanca, bifurcaciones en la taza de café, el rostro empapado y ni una lágrima más en los ojos. Ni una. Hablamos de llorar, llorar en silencio, sollozar, a llantos, en bajito, en soledad, bajo las sábanas, envuelta en un abrazo Sombras en la nieve blanca, bifurcaciones en la taza de café y ni una sola lágrima más dentro de mí. El hechizo del invierno a través de la ventana, y la inmovilización del frío envuelta en una manta. Sin embargo aún es noviembre y el manto de hojas no ha desaparecido. Me adelanto. Me adelanto porque tengo miedo. La voz rasgada de llorar y un insoportable dolor de cabeza y presión en la mandíbula, el nudo en la garganta que impide tragar y los ojos secos. Me adelanto al horizonte, esperando una buena noticia. De momento sigo sentada junto a la ventana contemplando un invierno ilusorio, una escena inmóvil. Sombras en la nieve blanca, bifurcaciones en la taza de café, el rostro empapado.  Ni hambre, ni sueño. Solo tú corriendo por el camino protagonizando el campo verdoso en primavera, y las hierbas secas en verano, llamándote, recibiendo tus miradas y tú te alejas como si fuese un juego, una búsqueda de olores en mitad del campo. Ya no hay nieve ni hojas secas, solo tú corriendo, cada vez más lejos, cada vez más lejos, hasta que te pierdo y desapareces. Desapareces entre el recuerdo y el invierno frío al otro lado de la ventana. La buena noticia de mañana decidirá si te alcanzo mientras corres al infinito o desisto ante la vida. Ante la muerte. 

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