jueves, 27 de septiembre de 2012

´Chica de pelo rojo, querido anónimo´


Esos labios. Esos labios sin rostro, esos labios sin dueño se han escapado para mí en medio de una tormenta de besos.
Acurrúcate y te diré: "Cántame al oído con esa voz rota hasta que me devore el sueño..." Ven. Acurrúcate. Vamos a darnos calor.
Siempre con las prisas de hacer todo y no hacer nada. Y yo me vuelvo loca por verte hacer todo, por nada hacer conmigo. 
Invítame a cenar a tu casa, dame comida basura y una tarta de tres chocolates y base de galleta. Después destapa una botella de sonrisas de tu mejor cosecha. 
La primera es mía. La segunda es tuya, siguiendo el protocolo. Emborráchame de risas hasta que no pueda más. Haz que tu olor se quede en mi pelo al despertar.
Haz que la luz recorra tu espalda desnuda por la mañana, que el joven sol mañanero te acaricie hasta despertarte y me mires. Y te mire. Y me miras y te miro.
Esto es una canción sin melodía. Es un cuento. Y yo la protagonista.
Soy yo la protagonista de un libro vacío, una chica de pelo rojo en sus aventuras por las páginas en blanco de aquel cuento inventado. 
Corriendo con las ganas de llegar a una página escrita... todas en blanco. Me han borrado.
Huele a pan, a horno... Mmm... Como abrir un armario después de temporadas cerrado y desdoblar un jersey, olor a.. quietud.
Esos labios que me enamoran, esos besos son relámpagos cada vez más lejos unos de otros, los labios se van.
Como adoro que me beses la cabeza. Como adoro ese futuro. Esas manos que me acarician no son de nadie, esa espalda a la que me aferro no existe y esos labios ya se han ido.
La cama desecha, las sábanas revueltas, el sol invade la habitación, solo yo, desnuda en un espacio blanco, con mi cabello brillando con fuerza y mis ojos llorando sin darme cuenta.
Me siento una diminuta mota de polvo al otro lado de la estancia, escuchando risas que antes fueron mías. Me han robado la botella, me han robado la voz rota y cálida y me han robado sus ojos.
Esto es solo un libro vacío, en el que escribo lo que sueño. Hoy he soñado que me enamoro de alguien cuyo rostro es un borrón de color carne.
Hoy he soñado que soy feliz con alguien por quién luchar. 

lunes, 24 de septiembre de 2012

"Porque el mundo es una porquería"




Como cuando te apareces 
sin haber venido 
ofreciéndome un cigarro 
a las dos de la mañana 
recostados en el suelo 
el misterio en las esquinas 
hay un gato en el tejado 
que maúlla y nos mira 
la música gira 
y la noche que se estira 
el tiempo pasa 
tú no estás 
como vas a estar perdido 
donde ha estado siempre 
rodeado de personas 
que hoy solo son gente 
una nube pasa 
y me lleva al mar 
y me meto dentro 
tú no estas 
porque me pierdo siempre en la autopista 
cuando canta el gallo 
siempre estoy a contrapie 
si propongo algo 
se me olvida la medida 
siempre solo siempre quieto 
siempre en pie 
porque el mundo es una porquería 
mucha gente harta 
y unos pocos lo ven bien 
mucha policía 
mucho bestia 
muchos días 
demasiados si lo pienso 
donde estoy 
como cuando me aparezco 
en el borde de alguna gran caída 
como cuando salto 
como cuando estoy...

domingo, 23 de septiembre de 2012

"Hipocresía Inconsciente"



Domingo lluvioso. Ya de por sí la noche anterior había sucumbido a mis pensamientos y había acabado durmiéndome mojada en lágrimas. Y hoy, llueve. Al levantarme nada ni nadie me ha sonreído. ¿Por qué pienso tanto? ¿Por qué le doy tanta importancia a lo más insignificante? Acabar durante todo el día silenciada por mi orgullo, encerrada durante dos horas en un baño y en uno de aquellos instantes en que levanto la cabeza ver las gotas resbalando por el cristal de la ventana... Y prometerme a mí misma "No salgas de estas cuatro paredes, no salgas hasta que salga el sol" Y por orgullo, ni siquiera he bajado a comer. Por suerte he podido alcanzar mi libro y continuar la aventura de Mack en Un lugar llamado libertad, pero poco ha durado mi aventura en otro mundo... Y lo que más me dolía es que el móvil no sonó en todo el día... Nadie fue capaz de hablarme, nadie se acordó de mí en un domingo de lluvia, mientras yo me pasaba la tarde en la cama mirando la televisión, capítulos que había visto varias veces y no me creaban ningún interés, mirando las imágenes cambiar y yo sin dejar de pensar qué coño hacía ahí tumbada, por qué no encontraba la energía para ponerme en pie y hacer cualquier cosa. CUALQUIER PUTA COSA. Pues no, lo he convertido en uno de mis peores días, creyéndome ignorada y manifestando de una sola forma mis sentimientos a través de twits. Todo lo demás estaba en mi cabeza y no tuve a nadie a quién contárselo, a nadie con quién hablar, a nadie que me sacara una sonrisa durante todo el día y a nadie que me hiciese olvidar todo. Nadie. Y todos mis tormentos como una avalancha me atraparon entre recuerdos, desilusiones y puñaladas. Todo guardado para mí. Y sé que nadie podría decir que estoy así, soy una chica bastante alegre y enérgica. Nadie me pregunta. Nadie me pregunta cómo estoy en verdad. Nadie hurga en lo más profundo de mi persona. Pero mejor. Pocos deben saber qué es lo que tengo yo en la cabeza realmente. A veces me siento terriblemente hipócrita, pues doy una imagen de mí que no es la real. Pero es algo que no controlo, es una hipocresía inconsciente. Todo porque mi corazón está encerrado con cadenas y candado. Por miedo, por ser decepcionada y por decepcionar. Soy yo la que pone barreras a los demás y no dejo acercarles. Mi persona tiene límites, y nadie tiene permiso para atravesarlos. ¿Por qué? ¿Por qué no sé si son dignos de ello, no sé si merecen sufrirlo, no sé si se quedarán. Hoy me siento muy egoísta y no voy a responder a preocupaciones de los demás por muy mal que me siente. Lo siento por esa chica, la única que se ha atrevido a a hablarme... pero no por mí, sino por sus propias preocupaciones. Hoy no soy para nadie, hoy soy para mí. La música ha sido la única que me ha salvado. Y tengo dolor de cabeza. Creo que lo mejor que puedo hacer es mandaros a todos a tomar por culo, a todos a los que quiero y necesito para vivir, pues hoy he descubierto de mí que tengo que aprender a estar sola. Me creía fuerte, pero creo que soy incluso más débil que hace un año. Aprenderlo solo depende de mí. 
Y me voy a concluir este puto día de mierda antes de que me mate mi cabeza. Seguro que mañana al despertarme y llegar al instituto alguien me saca la sonrisa que nadie me sacó hoy. 


miércoles, 19 de septiembre de 2012

Elvis, Bécquer y Velázquez.

Vacío. Como el vagón antes de llegar a la última estación. La música en los cascos es ignorada hasta tal punto en que es un leve ruido que no quiero comprender. Me quedo con la mirada fija en un punto cada vez distinto, a través de la ventanilla, en esa oscuridad en los profundos túneles del metro. Y de repente un tren se cruza en dirección contraria, alumbrándome con su luz y blancura, pero dura un instante, ese choque de ruidos semejantes que rebotan por las paredes, un instante que lo convierte en una estrella fugaz. 
Paseos en enormes salas tan vacías a unas horas, tan llenas a otras. Paseos por suelos blancos, pisados por millones de personas. Dando vueltas, deteniéndose, jugueteando mientras observa las hermosas obras colgadas en la pared. Qué asco, he pensado alguna vez, mierda. Me hace sentir basura. ¿Basura yo? Basura ese puto dibujo a pincelada limpia colgado en esa enorme pared blanca, dándole más importancia a esas trazadas sin sentido en un lienzo. ¿Eso? ¡Eso puedo hacerlo yo, joder! Me dan ganas de descolgarlo, tirarlo contra el suelo y patearlo hasta que cruja. Ah, si lo viese el autor, me arrancaría la cabeza de cuajo. O quizá solo lloraría en un fino y repelente tono francés, suplicándome que parase. Métete en tu mierda de cuadro y desaparece con él. ¿Y tú te haces llamar artista? Muerto de hambre inútil que se dedica a rayar lienzos...
No... Sigo caminando por esas salas, y por desgracia o por fortuna, la mayoría me resultan fascinantes. No hay uno solo que desea descolgar, tirar y patear. Y si lo hay, no me ha llamado la atención.
Y entre cuadro y cuadro yo pienso... ¿Por qué? ¿Por qué ellos? ¿Por qué no yo? Quiero acariciar sus obras y sentir el papel sufrido en mis yemas... Quiero ser papel que agoniza por ser hermoso, quiero ser pincel que baila por él, carboncillo que se deshace por dárselo todo, quiero ser mis propios dedos difuminando hasta doler. Quiero ser ellos. Hacer lo que ellos. Y nosotros, en estos tiempos tan apresurados y en esta sociedad tan ciega y egocéntrica, ¿quién coño nos valora? Ya no quieren ver nada, ya otros lo han hecho ver antes que nosotros... que nos queda por cantar, que nos queda por pintar, que nos queda por escribir... ¿Qué poco podemos hacer distinto?

No sé tú, pero esa mínima oportunidad de sorprender hasta al más grande y tradicional, es mía. Velázquez vive con sus Meninas y Bécquer con su Leyendas, hasta Elvis con su Jailhouse Rock
, ¿por qué no podría yo seguir viviendo con mi... con mi futuro sueño? 
Ojalá ese que sueña con ser un gran artista e igualar a los renacentistas en su pintura, lo consiga, pero solo aquel que lo desea de verdad, que no se rinde, que vive, se apasiona, sufre, llora, ríe, se enorgullece, se decepciona, se emociona y muere por ello, solo ese tiene derecho a cumplirlo.
Ojalá aquella que sueña con hacerte rozar el cielo con una frase, a ti, lector, que te caiga una lágrima, que aprendas de lo que lees, que rías al coincidir con una anécdota que te cuento, que te excites en mis más íntimos relatos, qué sufras, que te atemorices, que me llames injusta, que te sorpenda, que te decepcione, que te haga terminar la última página con un suspiro y la tristeza de no encontrarte con nada más que un punto y final de esa historia... Sólo eso, y mi incertidumbre. Mi eterna intriga, mi ansia eterna de querer verte en cada momento cada vez que me lees, y a la vez el placer de imaginármelo sabiendo que no lo veré nunca. 
Que cuando muera, escuches Jailhouse Rock, visites el museo y veas Las Meninas, leas las Leyendas de Bécquer, cumplas tu sueño y entonces, me recuerdes.

jueves, 13 de septiembre de 2012

'Escucha'



Ni siquiera cogí el abrigo. Ahogué los gritos de un portazo seco que selló el silencio a mi alrededor, pero en mi cabeza el dolor me ensordecía. Pulsé el botón del ascensor y esperé unos largos segundos que se hicieron eternos. No subía, e impaciente, di una patada contra la puerta de metal y eché a trote hacia las escaleras. Tan solo eran seis pisos. Al llegar al vestíbulo, la luz estaba apagada y empecé a notar el frío en mis brazos. Me dirigí a apretar el botón de la luz en la pared pero justo antes de rozarlo, ya la estancia se iluminó por sí sola. El anciano del 2º B, que llevaba unos pocos meses viviendo en el edificio, bajaba por el ascensor. Sonreía con tristeza, mostrando sus ya escasos dientes y saludó alegremente. ¿Adónde iría ese hombre a tan altas horas de la madrugada?
Le dejé salir y me quedé en el portal, observando sus cortos y lentos pasos apoyados en un bastón, miraba al suelo, pero en cuanto podía, alzaba la vista y buscaba a su alrededor a saber qué.
Caminé en dirección contraria, pensando en todo lo que había pasado. El móvil sonó, era ella. Tres llamadas perdidas suyas en un minuto. ¿Por qué? ¿Por qué me llama ella y no tú, papá? A la quinta se lo cogí, pero no fui capaz de decir nada.
Silencio. Seguidamente, empezó a llamarme por mi nombre, una y otra vez hasta que su voz sonó preocupada.
-Hola, mamá.
-Hijo, vuelve a casa ahora mismo. ¿Dónde estás? ¡Son las tres de la mañana!
Suspiré y dejé que el viento se llevase el significado de aquel suspiro.
-¡Déjale, a ver si así aprende de una puta vez! –soltó en un grito mi padre de fondo –Seguro que viviendo en la calle sería menos crío y aprendería a no meterse en donde no le llaman.
-Adiós, mamá.
Volvió a llamarme, pero mi nombre quedo interrumpido para siempre, entre el amor,  el odio, y la desconexión del teléfono.
Me senté en un banco y agaché la cabeza. Aferré con fuerza el móvil entre mis manos y poco a poco apoyé la frente en ellas, observando en la oscuridad alumbrada por una farola anaranjada los pequeños granos de tierra. No se veía un alma, y no se oía más que los grillos y algún coche a lo lejos en la autopista. Y sin creerlo, estaba llorando, ahogando los sollozos en mis lágrimas, conteniendo las ganas de gritar en los músculos y apretando el móvil con ganas de hacerlo estallar. Y sin pensármelo dos veces, lo lancé contra el bordillo y varias piezas se dispersaron por el suelo. Maldita basura
-¡Ey, tú!
Levanté el rostro y me encontré con un tipo de mi edad o algo menor, unos dieciocho o diecinueve años. Llevaba una sudadera en el hombro, no parecía notar el frío que acechaba por las calles una noche de febrero, y se le notaba tranquilo. Mi furia había derretido el frío de mi cuerpo y quizás el de mi corazón.
-No me mires así –me contestó –casi me atraviesas a la velocidad con que lo has lanzado.
Le ignoré y me levanté para marcharme, pero aquel chaval volvió a dirigirse a mí.
-Eh -me volví y le miré, intentando identificar su rostro desconocido. No tenía ni idea de quién era, pero nunca había visto unos ojos tan sinceros y honestos como aquellos - ¿Estás bien?
-¿La verdad?
-Trato de evitar mentir, y procuro que nadie me mienta –y terminó la frase con una risita y una sonrisa torcida.
No le contesté en seguida. Cuando su rostro adaptó de nuevo seriedad, mantuve la mirada fija en él, y él no me la quitó. Era algo más bajito y más delgado, podría apartarle de un sencillo empujón y deshacerme de él.
-¿Y por qué debería contártelo a ti? No te conozco de nada.
-Por eso mismo, porque no me conoces de nada. No sé tu nombre, y la verdad, es que ni me interesa. No tengo ni idea del motivo por el que has estampado el aparato contra el suelo, y la verdad tampoco me pica mucho la curiosidad, si no me lo cuentas, dormiré tranquilo esta noche, pero hablar nos puede sentar bien a los dos, tanto a ti como a mí. Si quieres conocerme más puedo decirte que me llamo Carlos y que tengo poco que contarte
-¿Tienes poco que contarme?
-Sí, pero cuando la vida me haya enseñado espero volver a encontrarme contigo.
-Aprender, enseñar ¿Qué hay que aprender? ¿Quién nos debe enseñar?
-A mí, yo mismo. Pero aun no soy buen profesor.  Y a ti, tú mismo, pero no te prestas atención.
-¿Y tú qué cojones sabes de lo que yo haga?
-Alguien te ha llamado. Alguien te hablaba ¿quién era? ¿Un ser querido, verdad?
-Sí. Mi madre.
-¿Y qué te decía?
-Que volviese a casa –pausa me rendí ante las palabras de aquel chico desconocido - Y mi padre gritaba lo de siempre que ella no vale nada sin él, que yo no valgo nada, no he llegado a nada y nunca lo haré, por mi culpa, mi madre ya no le tiene respeto, que yo lo he empeorado todo
-¿Y tú has lanzado el móvil mientras tu madre te decía que volvieses?
-Escucho a mi padre cada día insultándome, culpándome gritándole a mi madre, golpes, chillidos No tengo ganas de escuchar.
-No dejaste que tu madre te dijera que te quería.
El silencio me delató, y en mis ojos identificó mi resignación tenía razón. Luego prosiguió.
-Cuando era pequeño, me iba todos los veranos con mi abuelo a la costa. Mi padre y mi abuelo dejaron de hablarse  hace muchos años, pero yo nunca dejé de quererles, por muchos problemas que tuviesen, hasta que una vez discutieron por mí. Tan sólo tenía nueve años y apenas entiendo el por qué, quizás no lo recuerde bien, pero mi padre dijo que no volvería a ver a mi abuelo y que no volvería a pisar la casa de la playa. Mi abuelo estaba solo y aquel pueblo era pequeño y apático.  Mi abuela murió tiempo atrás y ya sólo le quedaba yo Pasaron siete años hasta que volví a verle. Me lo encontré por casualidad aquí, en Madrid. Él no me reconoció, y al principió no me creyó pero poco a poco, me escuchó y me abrazó con fuerza, entonces fue cuando me dijo que quería ver a mi padre, que quería a su hijo y que lo sentía por todo, y que no quiere alejarse de nosotros Tiene ochenta y siete años hoy en día. Entonces, mi padre no le escuchó y no quiso reconciliarse. Mi abuelo volvió a desaparecer.
Hizo una pausa de unos segundos y se sentó en el banco. Conforme él iba hablando, mi rabia se disipaba y daba paso al gélido viento que me atormentaba y me anestesiaba las manos, la cara y los pies.
-Ayer mi padre tuvo un accidente. No veo a mi abuelo desde hace más de dos años, aunque hace unos meses se mudó aquí al lado. No acudió al funeral
No supe que decir Ese chico tendría que estar pasándolo fatal Un coche de policía pasó a todo gas por la calle de enfrente. Los dos le seguimos hasta que se perdió entre los edificios. La sirena seguía oyéndose cuando Carlos continuó.
-He quedado con él. Pero no ha venido.
-Vendrá –solté sin pensarlo.
-¿Cómo?
-Si tú me prometes que esperarás, yo te prometo que volveré a casa y nada más llegar le diré a mi madre que la quiero.
Se quedó atónito ante mi propuesta. Me acerqué y extendí la mano para dársela. Dos segundos después la estrechó con fuerza y me guiñó un ojo.
-Un placer –le sonreí.
-Lo mismo digo ¿me has dicho tu nombre?
-No–y me alejé. Sonreí y me despedí con la mano –Ten paciencia.
-La tendré.
Y nos alejamos, con la incertidumbre de saber si algún día volveremos a vernos, y con la esperanza de encontrarnos en otra ocasión, hechos dos maestros de la vida. Cuando volví a casa, me encontré al viejo del 2ºB en el portal, andando de un lado para otro, nervioso.
-¿Perdone? ¿Busca a alguien?
-¿Qué dices, joven?
-¿Qué si busca a alguien?
-Ah, sí, hijo sí o quizás no, sea mejor que no
-Diríjase al parque, creo que allí encontrará lo que busca.
Sus pequeños ojos azules se inundaron, pero contuvieron las lágrimas, no por orgullo quería que alguien las viera caer por sus mejillas de dolor, o quizás de felicidad. Una mezcla de emociones, de todo un poco.
Desde el portal observé como el viejo se dirigía al mismo sitio del que yo volvía. Carlos continuaba sentado en el banco con la mirada puesta en el cielo, plagado de luces inmóviles. El anciano subió las escaleras y Carlos le miró. Ambos se quedaron inmóviles, y después se acercaron. Metí la llave en el portal y empujé la puerta, pero antes de entrar, volví a mirar. Abuelo y nieto se abrazaban Carlos había perdido un padre, pero a cambio, se había ganado a su abuelo, que guardaba cariño desde hace muchos años para su nieto.

-Mamá -susurré. Dormía en el sofá, pegada al teléfono inalámbrico.  La desperté con suavidad, con delicadeza y al verme pareció aliviada. Me acarició el rostro sin decir nada y sonrió tiernamente. La abracé como nunca la había abrazado y ella me recibió con dos o tres lágrimas –Te quiero muchísimo.

domingo, 9 de septiembre de 2012

'Café'


Mátame estos nervios, que acabarán obligándome a hacer tonterías. Tonterías que no me dejan dormir, se me clavan como piedras en la almohada. Una. Dos. Tres. Seis horas sin dormir, dando vueltas en un colchón invisible e infinito. Entre decenas de tonterías, cuánto escapa de nuestra boca. Un chillido de pánico al encontrarte con tu mayor temor cara a cara, un grito de furia, dos sencillas sílabas llenas de odio. Puta. Un bostezo inevitable a mitad de una conversación inmensamente aburrida. Un eructo en el peor momento, rebotando por cada pared de la habitación. Un suspiro indignado sin saber en qué brazos esconderse. Un orgasmo rápido entre sudor y labios secos. Una sonrisa tímida de la que nadie se percata más que la persona más indicada. ‘¿Cuántos cafés has tomado hoy?’ El placer de pisar un cristal y notarlo crujir bajo tu zapatilla.  ‘¿Por qué piensas que he tomado café?’ Tu aliento te delata, y tus seis horas entre revolcones y pensamientos en las cálidas sábanas. Yo te vi. A través de la ventana. El cristal se rompió y te entretienes pisándolo. Claro, cómo tú no lo tienes que arreglar. Tú sólo tomas cafés, la llamas puta y eructas en la cara de su padre. ¿Quién puede dormir así?
Es precioso, ¿eh? El color tan dulce del café, en esa taza de porcelana blanca, su olor ascendiendo hacia el techo dejando un rastro de humo apenas perceptible. ¿Y qué me dices de esa espumita color crema? Ahora quiero tomarme un café, antes de acostarme, antes de clavarme esas piedras en la cabeza. Pero un café no me permitirá dormir, y yo no quiero rodar por el colchón en plena oscuridad. Mañana arreglaré la ventana, pediré disculpas a su padre y le diré que la amo. Son esas piedras. Siempre puedo vaciar mi almohada, o aún mejor, dormir sin ella. Ay, es que la casa está demasiado vacía. Pero, ¡cómo no va a estarlo! La llame puta y se largó después del último polvo. Voy a hacerme un café, esta noche no quiero dormir.

'A una persona sin nombre'




Te odio. Te odio cuando agachas la cabeza. Odio como apartas la mirada, como me disparas con ella en el medio del pecho. Odio tu voz carrasposa y rasgada al responder con palabras secas y huecas. Odio como dispersas mis manos cuando se acercan a acariciarte. Odio pedirte que sonrías y que no vea más que una media sonrisa construida con cenizas. Odio esos bostezos sin acabar, esas lágrimas que se ríen en mi cara. Esos puños tatuados con sangre. ¿Qué puedo hacer, si todo lo que hago cae a un pozo sin fondo? No eres tú así, por eso te odio. Y he dejado de partirme nudillos por ti, porque ya no eres tú quién me los cura.
Puedo inventarme tu voz, volverme sorda y construirte de nuevo. Primero tus manos, se abren limpias, desaparecen las magulladuras. Después tu rostro, lo alzas y me miras, tus ojos se apaciguan y las cenizas de tu boca se vuelan, sonriendo de verdad. Las lágrimas se secan y me curas los nudillos, me pides perdón y envuelves mis manos con las tuyas. Suspiro, y al expulsar todo el aire contenido, desaparece y vuelven a mirarme esos ojos fríos.
‘¿Por qué sufres?’, quiero preguntarte.
Y responderías: ‘Porque estoy queriendo, estoy amando.’

Hasta que el horizonte deje de existir.


Antes de empezar a leer, dale al play a esta canción. Prométeme que leerás despacio, muy despacio, mientras la escuchas, sin distraerte, sin prestar atención a nada más que a estas palabras y a la música que suena de fondo. Dale al play y bienvenido al otro lado de mi mente.




Súbete a un coche, en el asiento del copiloto. Espera, estás saliendo de la ciudad, a la autopista. Ya el coche no se detiene, no hay atascos, apenas hay vehículos. Tienes una larga carretera de aquí en adelante, hasta que el horizonte deje de existir, hasta que el mar te detenga. No te preocupes por la velocidad, el coche sabe adónde tiene que ir, a ninguna parte. Mira. La ventanilla te está invitando a mirar. Todo pasa muy rápido, no dejes que se te escapen esas colinas verdes definidas por el cielo, aquella casa vieja de paredes blancas con un pequeño corral, el hospital a mitad de montaña, una gasolinera vacía y fugaz, un gato muerto en la carretera, una nube inmóvil en forma de corazón, una señal doblada, las líneas discontinuas en la autopista, el rastro de un accidente, los bomberos a toda velocidad, un hilo de humo a lo lejos, unos campos de cultivo, un águila buscando comida, una docena de vacas pastando, una fábrica de aceite , un pantano o una presa, un rayo de sol que te ciega, un arcoíris a lo lejos entre las nubes grises, un pequeño tornado, un relámpago en plena tormenta, el cielo azul a las diez de la mañana, el cielo oscuro al anochecer, las pequeñas estrellas que se atreven a asomarse, la luna llena, la luna menguante, la no luna, el atardecer teñido de rosa, el amanecer teñido de rojo, un caballo galopando, un cometa cruzando el cielo, un incendio al otro lado de la montaña, cenizas dejándose llevar por el viento, la lluvia empapando la hierba, las gotas que resbalan por el cristal, un insecto que se choca contra la ventanilla, un coche que explota, un camión que vuelca, una pistola que dispara, una vida que muere, una camisa que se vuela, una chispa que salta, un cigarro que se consume, una lata que rueda…
Ahora sabes que has tenido la oportunidad de ver todo esto, o al menos la mayoría, lo has visto, pero al bajar del coche, ¿realmente te has dado cuenta de que lo has hecho?
Mientras las colinas se alejan piensas en ese examen que no aprobaste después de habértelo currado todo el verano, no te ha dado tiempo a fijarte en que la gasolinera estaba vacía, pues estabas mirándote en el reflejo, colocándote el pelo, no has hecho caso a las líneas discontinuas, están ahí siempre, el rastro del accidente te ha hecho recordar que el peligro está a la vuelta de la esquina, y al pensar en ello, ni te has fijado en el hilo de humo que escapa de la tierra.  Te has parado a ver el atardecer un segundo, mientras pensabas en aquella persona que tanto te gusta y tan inquieto te tiene, la lluvia es invisible cuando estás pensando en una situación sexual con esa persona, el caballo galopando no existe cuando te acuerdas del café tan delicioso que te has tomado esta mañana, el ruido que hace el insecto al darse el golpe contra el cristal es imperceptible si el móvil suena y tus amigos se acuerdan de ti, las cenizas del incendio se deshacen antes de que levantes la cabeza para continuar tu observación, el camión del carril contrario vuelca mientras tu ríes acordándote de la borrachera de Nochevieja con tus amigos, el cigarro no se consume porque la lluvia lo apaga, la lata no rueda porque ha cesado el viento. Y todavía no te has dado cuenta de que no hay nadie conduciendo. Sigues esperando a que se acabe el horizonte, a que te detenga el mar, pensando, llorando, riendo, maldiciendo, soñando, recordando, mientras ves todo aquello que no ves, tu alrededor, tu mundo viviendo. El coche no se va a detener hasta que no veas cada amanecer, cada anochecer y cada relámpago caer en el suelo, pero cuando ya has visto todo, llega a un muelle y se detiene. Miras al asiento del piloto y no ves a nadie. El motor se ha detenido. Te preguntas si tu viaje ya ha llegado a su fin, adónde vas ahora y qué haces allí. Pero mira. El mar está invitándote a dar un paseo. Las olas chocan contra las rocas y quieres asomarte. Abres la puerta del coche con miedo y lentitud y lo primero que te sorprende es ese rico aroma a mar, brisa salada y cálida que te revuelve el pelo y te hace cerrar los ojos. Ni siquiera cierras el coche y caminas por las húmedas tablas de madera, notando sus crujidos, sus quejas, hasta el final. Un reflejo inmóvil te sonríe desde tus pies, un reflejo sobre un fondo oscuro y frío. Míralo. Y ahora vuelve a mirar adelante, se acerca un barco. ¿Listo para continuar hasta que el horizonte deje de existir?

viernes, 7 de septiembre de 2012

"Mira"



Una preciosidad, tanto en imagen como en música.

"Deseo de ser deforme"

Mi primo me regaló un libro, pequeñito con letra grande, demasiado sencillo como para que me llamase la atención. Pero el título lo decía todo: "Tenían veinte años y estaban locos".
No sabría cual de todos los maravillosos textos que he leído entre sus páginas enseñar en esta entrada...
Pero he decidido deleitaros con una pequeña parte de David Leo García, de 24 años.


«Mi atención ha borrado la ciudad 
hoy por hoy la mirada está que arde.
La belleza es barata pero el espanto
multimillonario.
(...)
El espanto es anónimo la belleza se cansa de su
nombre. (...)
La belleza su oh el espanto su ah.



¿Quién dice que los jóvenes poetas de este siglo son solo raperos? Cada palabra que he leído en este libro, de tantos autores distintos, me ha cortado la respiración.
Este hombre finaliza así, maravíllate:


«(...)la belleza se recuerda tal vez cinco minutos 
y la deformidad, por supuesto que lo estoy,
la deformidad toda la vida.

Y ahora sí, puedes respirar.

Fun.

Estoy harta de salir a la calle, de encontrarme con esas miradas por encima del hombro, esos bruscos golpes de codos que de vez en cuando hacen que se te caiga algo de las manos, esos silbidos obscenos de un grupo de treintañeros que te hace caminar con más rapidez, acobardándote con la posibilidad de que te sigan con la calma... Pero a la vez adoro mi ciudad. Si no hubiese peligro, ¿quién me garantizaría diversión?
Cada noche que vuelvo a mi casa, llego fatigada a mi cuarto, acalorada y con ganas de tirarme a la cama, todo por las enormes zancadas cuesta arriba hacia mi edificio. Soy una miedica. En cuánto me quedo sola me faltan ganas para echar a correr. Pero esa sensación de llevar los cascos puestos y sentir que alguien camina detrás de ti durante un largo tiempo es uno de mis peores pánicos. Bajas el volumen y contienes la respiración, quieres estar atenta a cada uno de sus movimientos, a si acelera, a si tose, a si ríe... Cada vez andas más deprisa, fingiendo mirar a los lados para echar un vistazo por el rabillo del ojo. Sigue ahí. Sacas las llaves, dando a entender que vas a llegar hasta que dejas de oírle. Miras, se ha desviado y camina en una dirección opuesta. Ya eres feliz, ya llegas sana y salva a tu casa y los últimos cinco minutos ¡qué mas dan! A nadie le da tiempo a violarte. 
Llamadme paranoica, pero ¿a cuántas no les ha pasado más de una vez? Todas vivimos con el miedo de que nos ataquen alguna noche de camino a casa. 
Y no voy a negar que para mí ese peligro, es una aventura que debo superar cada noche. Mientras no ocurra, es divertido. 

jueves, 6 de septiembre de 2012

Escribe!

Me mata perder la costumbre de escribir. La pereza nunca me había privado de ello, pero ¿ahora? 
Supongo que por eso he empezado esto. Un empujón. Cada día me recordaré "tengo un blog, no lo voy a abandonar" bastante me está costando poner esto bonito. Me he dejado los ojos, atendiendo a cada detalle de cómo funciona. La putada es que a lo mejor no lo lee ni Dios, pero bueno, me leeré a mí misma, y no lo veré sobre un vacío folio en blanco. 
Supongo que esta es mi presentación. Supongo que no se quedará en eso. Y supongo que alguien acabará leyéndome, porque al fin y al cabo, siempre hay un personaje aburrido cotilleando a la gente, no os ofendáis aquellos que lo estén leyendo, es más, gracias por cotillear.
Lo que no supongo es hasta dónde llegaré con este blog, pero al menos he empezado poniendo una letra mayúscula, dando inicio a una historia, una enorme historia que contiene miles de caminos y miles de formas de ver las cosas. Y ya sabes, si no encuentras lo que buscas, cierra esta página, si te gusta lo que has encontrado, encantada de conocerte, lector.